A pesar del paso del tiempo aún nos resulta sumamente difícil cuantificar el daño que nos produjo como sociedad la última dictadura militar que sufrió nuestro país. Miles de jóvenes y familias quebradas por la violencia genocida de un Estado intolerante que, de espaldas a la Constitución Nacional, impartía falsa justicia a quienes no les permitían ni derechos ni defensas.
El 24 de marzo es el día en que recordamos el inicio de aquella oscura y sangrienta etapa que abría una herida, que todavía no cicatriza.
En 1983, en medio de ese dolor reciente, nació esta joven democracia, que hoy aún con dificultades, disfrutamos todos los argentinos.
Tal vez la herida no se cierre nunca, pero al menos espero que ese dolor que nos provoca, siempre nos impulse y nos de fuerza para respetar y defender hasta las últimas consecuencias nuestra República, que no es ni más ni menos que la garantía de la búsqueda del bienestar común y la igualdad de todos ante la ley.
Finalmente, me sumo a la reflexión y al recuerdo respetuoso de todas las víctimas que desde algún lugar piden ser recordadas en nombre de un pueblo que debe exigir Memoria, Verdad y Justicia.