Perteneció a una “raza”de futbolistas que, al menos en nuestro medio, sólo tuvo dos nítidos ejemplos: el primero fue Orestes Omar Corbatta. El segundo, él. René Orlando Houseman.
Se podría extender ese mismo concepto a un tercero, igualmente grandioso en cuánto a su excelencia futbolística, su cuota de “locura”, su aparente displicencia. Su genialidad. Nos referimos a “Mané” Garrincha, brasileño, claro. Fueron aquellos “punteros derechos” que deslumbraron por su habilidad, por sus arranques sorpresivos, por enloquecer a sus defensas y conmover a sus hinchas. Eran los fenómenos desequilibrantes , que abrían defensas inexpugnables, generaban los goles para los delanteros de punta (el “centro forward”) o deslumbraban ellos mismos.
La vida fue dura para Garrincha y Corbatta, en especial cuando el fútbol terminó. También la vida le deparó momentos a Houseman, en su niñez o en su final futbolística, pero -afortunadamente- encontró quienes le protegieran muchas veces. Afectos familiares, amigos o el propio César Luis Menotti, a quien llamó “mi padre”. Houseman pudo superar después de mucho tiempo las huellas que le dejó la bebida. En cambio, un cáncer que le atacó en 2017, a sus 64 años, fue fulminante. A pesar de su lucha, su valentía, su entrega y los mensajes de apoyo que le llegaban de todo el mundo futbolero.
Houseman había nacido en La Banda (Santiago del Estero), pero tenía apenas dos años cuando su padre Walter -albañil- se trajo a toda la familia a Buenos Aires. Entre sus changas y sus problemas, poco podía hacer, vivían en la Villa del Bajo Belgrano. Y ese fue “el lugar en el mundo” para René. El lugar donde disfrutó y padeció, el que siempre sintió como “su” pertenencia, al que siempre volvía, aún cuando -llegado a la primera división del fútbol- disponía de facilidades para un ambiente mejor.
Quedó huérfano de su padre, su mamá Elba trató de cuidarlo como podía, prefería los interminables picados en el barrio antes que el colegio. “Vivir ahí fue lo mejor que me pasó, en ningún lado estaba tan tranquilo como en la villa. Yo era un pibe feliz al que no le faltaba nada. Me pasaba el día entero pateando contra el paredón. Muchos critican a la gente de la villa pero, para mí, era un orgullo. Siempre seré villero, y lo digo sin drama”, le contó a El Gráfico. Enseguida, se advirtió que tenía una habilidad y unas condiciones futbolísticas poco comunes. Se fue a probar a Excursionistas y no quedó pero, en cambio, sí lo incorporó el rival del barrio, Defensores de Belgrano, el viejo y querido Defe.
“Fui con tres amigos. El coordinador de las inferiores, Arce Gómez, me vio jugar 15 minutos y me dijo: váyase a duchar. Creí que me rajaba. Pero cuando salí del vestuario, me esperaban con los papeles para que firme”, contó. Debutó con 16 años en la Primera, en un partido contra Dock Sud. Y en 1972 salió campeón de Primera C con Defe. “Me fue a ver Poncini, el ayudante de Menotti en Huracán. Parece que le gusté, porque enseguida me contrataron”, otro recuerdo.
Aquel 1973 queda grabado en la historia de Huracán, su año glorioso. El equipo que Menotti condujo al título, que tenía a Brindisi y Babington como sus figuras (y patrones del mediocampo). Y a un Houseman, en la punta derecha, directamente deslumbrante. Campeón metropolitano, primer y -hasta hoy- único título del Globito en la categoría superior en el profesionalismo.
Apenas cobró su primer sueldo en Huracán, Houseman lo repartió entre sus amigos de la Villa. “¿Cómo no lo iba a hacer? Si ellos me dieron un plato de comida cuando yo no tenía ni para un vaso de leche”, se justificó.
Osvaldo Ardizzone lo describió en El Gráfico: “Houseman no existe. En realidad es El Loco Corbatta. Es Oreste en el piante, en la picardía, en los inventos, en la habilidad, en la gracia, en la precisión para pegar, en el amague. Es Corbatta, el mismo Loco que ahora decidió vestirse con la casaca de Huracán”. Era la descripción del Houseman en la cancha.
Fuera de allí -conflictivo, rebelde, poco afecto a los entrenamientos- empezaban los problemas. Pero, como había escrito Osvaldo Pepe por aquella época “Houseman se hizo jugador en una villa. Alma de villero al fin, se negó a dejarla cuando era campeón del mundo, figura en Huracán y cuando los doctores en moral le sugerían que los índices del progresos se miden por pertenencias materiales”. Y explicaba: “Nunca le perdonaron a Houseman su fidelidad al destino villero, su compromiso -consciente o inconsciente, espléndido en los dos casos- con los afectos cotidianos y su desapego a la acumulación en una sociedad que castiga y penaliza cualquier esfuerzo desprovisto de sentido productivo”.