Según la última Encuesta Nacional de Factores de Riesgo de 2019, una de cada cuatro personas padece obesidad en nuestro país. La obesidad es una enfermedad compleja desencadenada por causas interrelacionadas, pero a pesar de estas complejidades, la mayor parte del discurso público actual es simplista y culpa únicamente al individuo.
Compartimos una columna escrita por la Lic. María Laura Oliva, docente Licenciatura en Nutrición de la Facultad de Ciencias Biomédicas, Universidad Austral.
Buenos Aires, marzo de 2022 – La obesidad no es simplemente una consecuencia inevitable de una sociedad cada vez más sedentaria y con malas elecciones alimentarias; es una condición de la vida moderna pero que se podría atenuar, generando un gran beneficio tanto para la salud individual como colectiva.
Definir la obesidad como una enfermedad es el punto de partida para tratarla, entenderla y prevenirla, ya que aumenta la responsabilidad del estado y la sociedad para aplicar intervenciones y promover una salud óptima. Las intervenciones preventivas y como parte integral del proceso de tratamiento, ayudan a reducir el riesgo de volver a ganar peso.
La obesidad es una enfermedad compleja desencadenada por causas interrelacionadas, desde la genética hasta los sistemas alimentarios disfuncionales. A pesar de estas complejidades, la mayor parte del discurso público actual es simplista, se centra en el mantra ‘come menos, muévete más’ y culpa únicamente al individuo.
En este sentido, es importante visibilizar el estigma del peso que sufren las personas con obesidad, es decir, los actos discriminatorios e ideológicos debido a su peso y tamaño. Las creencias e ideologías estigmatizantes pueden dar lugar a actos estigmatizantes. Entender a la obesidad como una enfermedad puede cambiar el discurso público sobre la culpa del enfermo y las percepciones en los profesionales de la salud, fomentando una mayor empatía con los pacientes.
El prejuicio sobre el peso también existe en los medios de comunicación y el marketing. Los productos para adelgazar se centran en la responsabilidad personal, lo que perpetúa aún más la creencia de que el aumento o la pérdida de peso está totalmente en manos del individuo. Este encuadre de la obesidad como una responsabilidad puramente personal también se puede ver en las campañas de salud pública que se enfocan únicamente en el esfuerzo por los cambios de comportamiento.
Según la última Encuesta Nacional de Factores de Riesgo de 2019, una de cada cuatro personas padece obesidad en nuestro país. Los profesionales de la nutrición, pilar fundamental de la prevención y tratamiento de la obesidad, consideramos que para guiar a las personas que la padecen y modificar estas cifras alarmantes, debemos enfatizar en aquellas políticas que abordan los determinantes comerciales de la salud. Algunas estrategias recomendadas a nivel mundial aconsejan priorizar las medidas regulatorias y fiscales basadas en la población, que incluyen: restricciones de la comercialización de alimentos y bebidas dirigida a niños, impuestos a las bebidas azucaradas, etiquetado frontal del paquete, limitar el tamaño de la porción y el paquete y acceso a un espacio seguro para la actividad física.
A nivel individual, es primordial concebir la obesidad desde su naturaleza, circunscribiéndola a la persona y su entorno, permitiendo que se haga partícipe. Así, buscar intervenciones personalizadas, humanizadas, con respaldo científico, que le permitan a la persona optar por un estilo de vida más saludable en un entorno más amigable y seguro. Las políticas públicas son necesarias para ayudar a disminuir el creciente número de personas con obesidad, permitiendo al individuo tomar la decisión de hacer un cambio a estilo de vida más saludable.
Por Lic. Maria Laura Oliva
Docente Licenciatura en Nutrici{on de la Facultad de Ciencias Biomédicas Universidad Austral