Hasta el 22 de septiembre se celebra la Semana Internacional de la Simulación Clínica en todo el mundo. Es una gran oportunidad para reafirmar el compromiso con la mejora de la calidad de la formación de los futuros profesionales de la salud mediante acciones concretas que promuevan la incorporación de esta estrategia educativa en todos los programas de formación de nuestro país, no sólo en las carreras de grado sino también en la educación continua de los profesionales. Dolores Latugaye, directora de la Licenciatura en Enfermería y del Centro de Simulación Clínica de la Facultad de Ciencias Biomédicas de la Universidad Austral, describe las razones de su importancia.
Pilar, Buenos Aires; 18 de septiembre de 2023 – Esta estrategia educativa permite replicar situaciones del ámbito hospitalario o clínico con el objetivo de entrenar habilidades y actitudes que buscan mejorar la competencia profesional para poder brindar una atención más eficiente, efectiva y segura al paciente.
La simulación clínica ofrece un ámbito seguro de aprendizaje ya que no se practican o entrenan habilidades procedimentales directamente sobre pacientes reales con el riesgo e impacto emocional que esto supone.
La simulación permite no sólo la práctica de habilidades técnicas (colocación de catéter, extracción de sangre, etc.), sino también el entrenamiento de habilidades blandas, como comunicación efectiva, toma de decisiones, uso de los recursos disponibles, trabajo en equipo, liderazgo, entre otras. Estos “factores humanos” son, en la mayoría de los casos, los aspectos que más incidencia tienen en los errores de la atención sanitaria (2 de cada 3 se deben a fallas de comunicación) .
El estudio más importante sobre el uso de la simulación clínica para la formación de futuros profesionales de la salud fue realizado en el ámbito de la formación en enfermería en EE.UU. por el Consejo Nacional de Juntas Estatales de Enfermería (NCSBN, por sus siglas en inglés) y publicado en 2014. El estudio concluyó que no se encontraron diferencias en los resultados educativos entre los alumnos que reemplazaron el 25% o el 50% de sus horas de práctica clínica con experiencias basadas en simulación. Además, hay evidencia de que los estudiantes que dedican al menos el 25% de su tiempo clínico a la simulación trabajan más eficazmente en equipos y toman decisiones clínicas adecuadas más rápidamente que aquellos estudiantes que dedican menos tiempo a la simulación clínica.
Si mantenemos la analogía con la aviación, los pilotos, por más experimentados que sean, deben tener cierta cantidad de horas de vuelo en el simulador, para poder entrenar, incluso, situaciones poco frecuentes. Basta pensar en el piloto Chesley Sullenberger que, en enero de 2009, aterrizó en el río Hudson salvando la vida de 155 personas.
Contar con recursos materiales para implementar la simulación clínica es necesario, pero no suficiente. Se requiere de profesores entrenados en la planificación y uso de esta estrategia educativa según los estándares de mejores prácticas. Solo así podremos ser capaces de alcanzar resultados de aprendizaje significativos y transferibles. Queda mucho camino por recorrer para seguir avanzando en la implementación de esta estrategia educativa con enorme potencial para la formación de las futuras generaciones de profesionales de la salud de nuestro país. Sólo la mejora en la educación podrá influir en una mejor calidad y seguridad en la atención sanitaria.